Dos hermanos antofagastinos que encontraron en el arte su refugio y su resistencia. Esteban Font Rojo, cineasta obsesionado con los dilemas morales, y Pablo Font Rojo, poeta y narrador de lo invisible, construyeron sus caminos en el cine y la literatura, respectivamente. Sin embargo, fue la música el punto de convergencia de sus mundos. De la infancia compartida, entre películas y cómics, hasta la adultez creativa marcada por el amor, la memoria y la crítica social.
Por Jimena Herrera M.
Eran las tres de la tarde de un verano cualquiera. En una habitación desprovista de distracciones, Esteban, castigado por romper el macetero favorito de su madre, en su encierro forzado, halló un pequeño tesoro: una radio y un cassette con el álbum Corazones de Los Prisioneros. Se tumbó en el suelo, cerró los ojos y dejó que la canción Estrechez de Corazón llenara el aire con su melancólica melodía. En su mente apareció la imagen de una niña de cabellos castaños y crespos que, con una simple sonrisa, hacía desaparecer el mundo entero. Sin saberlo, ese instante quedaría marcado en su memoria, como un preludio a su futuro creativo.
Han pasado tres décadas, y Esteban Font Rojo, cineasta y productor, sostiene una cerveza en un pub de Antofagasta. “El disco Corazones de Los Prisioneros es como mi mantra”, confiesa con una sonrisa. Ese primer contacto con el arte despertó en él una sensibilidad que más tarde encontraría su cauce en el cine. A través de sus películas y cortometrajes, explora las contradicciones del alma humana, exponiendo con crudeza la fragilidad de la moral y la dureza de la realidad. “En el cine, y en el arte en general, me gusta mucho el concepto del debate moral”, sostiene.
Memorias en disputa: el dilema moral de narrar la impunidad
En un país donde los crímenes de lesa humanidad nunca fueron completamente resueltos y la impunidad ha calado no solo en la esfera jurídica, sino también en la memoria colectiva, las preguntas sobre la justicia y la identidad se convierten en un dilema permanente para Esteban Font y para quienes han heredado el trauma de la dictadura. “La historia no es sólo pasado: es una presencia constante, una herida que sigue abierta en la conciencia social”, reflexiona.
Ese es el debate moral que ha marcado la vida de Esteban Font, quien por sus estudios de psicología se ha fascinado desde siempre por los límites de la mente humana, especialmente en situaciones extremas donde la ética y la supervivencia chocan. “¿Qué factores influyen en nuestras decisiones cuando nos encontramos en el borde de lo moralmente aceptable? ¿Cómo racionalizamos actos que, en otro contexto, consideraríamos impensables?”, se pregunta. Pero su interés va más allá de la academia: su propia biografía está atravesada por la historia que intenta comprender. Es hijo de un preso político y vive en un país donde la indiferencia social ha profundizado la fractura moral de una justicia.
“Chile es un territorio de memorias en disputa”, afirma. Y en ese contexto, su impulso por contar historias se vuelve una necesidad. No busca solo narrar, sino provocar una confrontación emocional en su audiencia, obligarla a mirarse en el espejo de sus propias contradicciones. “Quiero que quienes ven mis obras se enfrenten a sus propias preguntas morales, que reconozcan en los personajes las mismas dudas que los habitan”, explica. Porque en un país marcado por la desmemoria, el arte se vuelve no solo un testimonio, sino un llamado a la reflexión.

Esteban Font durante el rodaje de El Novato (Foto: Cedida).
Y esto es precisamente lo que Esteban plasma en su pieza audiovisual, El Novato, uno de sus más recientes trabajos, que filmó el año pasado y actualmente se encuentra terminando su edición y post producción, el cual revive un episodio sombrío en Chile de 1973. Un soldado joven, apenas un muchacho, recibe la orden de ejecutar a una mujer comunista. En el camino, la duda se enreda en su garganta: “Sabís que yo no te quiero matar, te quiero pedir disculpas, pero yo no puedo”. La escena resuena como un eco de las incontables historias de horror y dilemas éticos que marcaron a una generación. Más allá de su crudeza, la película invita a un cuestionamiento profundo: “¿Hasta dónde es posible la redención?”, plantea el director.

Esteban Font durante el rodaje de El Novato (Foto: Cedida).

Esteban Font y su equipo durante el rodaje de El Novato (Foto: Cedida).

Esteban Font durante el rodaje de El Novato (Foto: Cedida).
En este trabajo, Esteban también presenta el debate moral, tal como lo hizo en su cortometraje de 2015 titulado El Almuerzo, donde se presentan dos finales morales.
Lo mismo ocurre en El Cuerpo de 2017, con tintes de humor negro, que narra la historia de dos mujeres acampando que encuentran un cadáver y se debaten sobre qué hacer con él.

Parte del cortometraje El Cuerpo (Foto: Cedida).

Parte del cortometraje El Cuerpo (Foto: Cedida).
Las obras audiovisuales de Esteban Font, quien además está trabajando en su primer largometraje, no sólo reflejan una profunda inquietud social, sino que también están impregnadas de un marcado tinte político, donde se entrelazan elementos de su propia historia familiar. “Dado que mi padre fue preso político durante la dictadura, desde pequeños, mi hermano y yo tuvimos una visión crítica de ese proceso histórico, aunque siendo cautelosos con quién hablar de estos temas”, explica.
Su hermano, Pablo Font Rojo, tomó otro sendero, pero siempre guiado por la misma brújula: el arte. Ingeniero de profesión, pero escritor de vocación, fue editor general de El Otro Cine y colaborador en diversas revistas literarias. Su poesía, teñida de introspección y nostalgia, dibuja con palabras el contorno de un mundo que siempre ha observado desde la periferia. “Desde niños, junto a Esteban, creamos revistas con dibujos y cómics”, recuerda. “Siempre sentí que escribir era mi refugio”.
Los hermanos Font, crecieron en una casa ubicada en la calle Zenteno, a pocos pasos del Colegio Antofagasta. Era un hogar que parecía pequeño para contener todo lo que habitaba en sus mentes inquietas, pero grande en cuanto a la posibilidad de explorar, imaginar y crear. Aquella casa, rodeada por el vasto desierto que caracteriza la ciudad, se convirtió en el escenario de un viaje creativo que comenzó en la infancia y que nunca cesó. En ese rincón del mundo, Esteban, el hermano menor, y Pablo, dos años mayor, compartieron horas interminables jugando a hacer películas, explorando el misterioso universo del cine, y tratando de capturar, en su fantasía, la esencia de historias que aún no sabían contar. “Mi papá tenía un amigo que trabajaba en el tv cable y nos hizo contacto para tener tv cable antes que nadie. Veíamos películas hasta tarde, y nos gustaba mucho el Cartoon Network y las películas de acción tipo Terminator o RoboCop”, recuerda.

De izquierda a derecha, Esteban y Pablo Font. (Foto: archivo familiar).

De izquierda a derecha, Esteban y Pablo Font. (Foto: archivo familiar).
ADOLESCENCIA
Para ambos, la adolescencia fue una época de soledad y reflexión, pero, a pesar de la quietud interior, siempre estuvo presente el arte y la música como faros que iluminaban sus días. Esteban recuerda aquellos momentos con una mezcla de melancolía y gratitud, cuando, en su época escolar, comenzó a tocar la guitarra junto a su hermano Pablo y su amigo Antonio Duarte. Con una guitarra de palo y un pequeño teclado, formaron la banda Chinaski, un refugio sonoro que les permitía, a través de la música, escapar a otros mundos. “Un día le pedí a Pablo que me enseñara a tocar guitarra, y él, con su estilo directo, me dijo: ‘ahí están los acordes, aprende solo’.

Pablo y Esteban Font durante la adolescencia una tarde cualquiera (Foto: archivo familiar).
Empezó observando y después terminó tocando guitarra con ellos. “Aprendí a rasguear y todo. Después seguí con la guitarra eléctrica. Nutrí tanto el oído que hoy puedo identificar acordes”, recuerda.
A finales de 2014, los hermanos Pablo y Esteban dieron vida a Los Fonts , una banda nacida del deseo de transformar en música las ideas que Esteban llevaba tiempo desarrollando. Con influencias que van más allá del sonido, Pablo, ligado a la literatura, y Esteban, al cine, encontraron en la música el punto de convergencia de sus mundos creativos. Tras los primeros ensayos, descubrió una conexión musical única, consolidándose como dúo: Esteban en la guitarra y voz, y Pablo en la batería y coros. Su propuesta ha evolucionado con fuerza, reflejándose en su más reciente sencillo, “Bolero Feliz” , disponible en Spotify. Además, su primer videoclip, “El Rebelde” , los llevó a la final del prestigioso festival IN EDIT , compitiendo en la categoría de mejor videoclip de animación.
Revisa los videos de la banda Los Fonts en su Canal de YouTube

De derecha a izquierda, Pablo y Esteban en la actualidad (Foto: Cedida).
DREAM TEAM
Pablo Font, con sus escritos siempre a cuestas en su mochila, recorrió los caminos de la adolescencia y la juventud por las calles de Antofagasta. En sus libros, deja constancia de los amores y desamores que forjaron su alma juvenil. El hermano mayor de Esteban, se recuerda a sí mismo como un niño tímido y un adolescente introvertido, que encontró refugio en la literatura y la poesía.
“Siempre me gustó escribir”, comenta Pablo con nostalgia. “Empecé a escribir poemas y cuentos. Como a los 9 años, con Esteban inventamos una revista llamada “El Mono”, con dibujos y cómics nuestros, y bueno siempre estuvo dando vueltas esa veta creativa y tendíamos a exacerbar un poco las cosas” –dice Pablo- quien recuerda que en el colegio decían que tenían un club de fútbol cuando en realidad eran sólo un grupo de amigos jugando a la pelota. Le llamaron el “Dream Team Fútbol Club”, el cual nació a principios de 1999 como un equipo de baby fútbol de “rezagados”.
En la escuela, no solo se destapaba su lado creativo, sino también su sentido del humor y la camaradería. A pesar de ser un joven de temperamento tranquilo y algo distante, Pablo encontró en su círculo de amigos un espacio para compartir experiencias y recuerdos que hoy, con el paso de los años, se han convertido en anécdotas entrañables. Uno de esos recuerdos está vinculado con su paso por el colegio, donde algunos de sus compañeros de clases, con los que no compartían afinidades sociales, formaron el famoso “Dream Team FC”. “Yo cursaba tercero medio en un colegio elitista de Antofagasta, donde los populares y los deportistas se agrupaban y se sentaban juntos, mientras los ‘apartados’ nos ubicábamos en el fondo de la sala de clases.
El curso de Pablo estaba formado por chicos que, aunque no eran los más populares, se unieron en torno a intereses comunes. Allí estaban: Caritas, Chacha, Ruiz, Marcos, Milenko, Chago y Wlady. “Mientras los alumnos populares preferían ir a fiestas y emborracharse, nosotros preferíamos la música, los cómics y las películas”, dice.
La amistad entre Pablo y sus compañeros de la adolescencia no solo estuvo marcada por los intereses comunes en la literatura, la música y el cine, sino también por las vivencias compartidas en el terreno del fútbol.
“Un día antes de salir de clases, nuestros compañeros de curso se juntaron e hicieron la selección de baby del “tercero medio matemático” para el campeonato del colegio. A Caritas o Marcelo Aranda, como en realidad se llamaba, no lo integraron. Con Ruiz nos miramos enojados. Era injusto. Cuando estábamos en segundo medio, “Caritas”, era uno de los mejores jugadores de baby del curso.

Marcelo “Caritas” Aranda, en una de las fotografías tomadas del Libro Dream Team.
Pese a que nosotros también jugábamos, éramos fatales, realmente malos, pero nos gustaba jugar a la pelota y eso era más que suficiente. Fue así como, mientras comíamos unas papas fritas en un local de pollos frente al colegio, con Ruiz se nos ocurrió formar un equipo para el campeonato con nuestros amigos donde Caritas fuese el capitán. Hablamos de la idea con los demás y todos estuvieron de acuerdo. Fue así como nació el Dream Team y la leyenda del equipo de ensueño”, relata.
“Caritas”, no era solo un compañero de juegos y risas, sino un amigo leal que compartió los primeros años de adolescencia con Pablo y su grupo. Caritas se destacó, incluso dentro de ese pequeño círculo, por su destreza en el fútbol, un deporte que, a pesar de no ser la principal pasión del grupo, los unía en su cotidianidad. “Caritas tenía algo especial en la cancha”, dice Pablo con una sonrisa nostálgica. “Era uno de los mejores jugadores del curso, siempre mostrando habilidad y pasión por el juego. A pesar de que nosotros, en su mayoría, éramos bastante malos, Caritas nos ayudaba y hacía que todo fuera posible, que el juego fuera más que solo una actividad. Para él, era una forma de expresarse. Por eso fue el capitán del equipo”.
Para Pablo, la leyenda del “Dream Team F.C.”, aunque lejos de los estadios oficiales y las competiciones serias, perdura en el recuerdo y lo retrató en un libro que cuenta estas anécdotas.
AMOR Y ARTE
A diferencia de su hermano Esteban, quien tuvo su primera polola a los 12 años, Pablo no tuvo mucha suerte en los asuntos amorosos. Su adolescencia fue tranquila, atípica, quizás incluso anacrónica. Con sus infaltables audífonos y su estéreo portátil, se le podía ver tarareando canciones de The Smiths, The Cure, Blur, o cualquier banda de Brit Pop o New Wave. En el patio del colegio, siempre acompañado de sus inseparables amigos Sebastián “Negro” Díaz y Antonio Duarte, se destacaba como un joven que renegaba de las modas del momento.
“También nos gustaba el rock nacional y el rock argentino”, recuerda. Se consideraron “outsiders” para la época, una actitud que, aunque ahora considera una “tontería de la juventud”, le sirvió como inspiración para escribir uno de sus textos favoritos: Los antiartistas. “Lo escribí cuando tenía 18 años y me sorprende que lo haya escrito a esa edad”, cuenta.
SENTIR Y PENSAR
Mientras Esteban encontraba en las películas una forma de diseccionar la sociedad, Pablo hallaba en la poesía una vía para capturar lo intangible. “Me gusta hacer sentir más que hacer pensar”, dice sobre su obra, donde cada verso es una ventana abierta al alma. Ahora, ambos en Santiago, entre la vorágine de la gran ciudad, la música sigue siendo su otra gran compañera. “En los conciertos y en la complicidad con los amigos, mi espíritu sigue enraizado en la esencia de mi tierra natal”, afirma.
Por su parte, Esteban sigue explorando las complejidades de la condición humana a través de su cine. Sin embargo, ahora también se encuentra trabajando en una obra teatral, ya que se ha especializado en dirección actoral, un ámbito que le apasiona cada vez más. Actualmente, disfruta especialmente el trabajo con actores.
Pablo Font, ingeniero civil de día y escritor-poeta de noche, es un hombre de dos mundos que ha logrado equilibrar su carrera técnica con su pasión por las letras. Editor general y columnista de la web cinéfila El Otro Cine (2004 – 2018), además de colaborador en Revista Fauna (2012-2019).
Durante su época universitaria codirigió junto a Francisco Diaspro, quien fue su compañero de carrera, el colectivo artístico Subsuelo, “de gran éxito entre amigos y parientes”, dice Pablo con característico humor negro.
Ha publicado los libros de poesía “A pesar de Todo (poemas novatos para leer después de almuerzo)” (2016) y Camanchaca Otoñal (silencios cómodos para personas que hablan poco) “(2019), “ambos auto editados y guardados en algún rincón de la bodega de mi casa”, sonríe con ironía.
En 2024 Font lanzó “Relatos Invisibles”, que es una compilación de cuentos y relatos breves de hace ya varios años, desde la adolescencia hasta el 2016. “Tengo un libro de poesía que ya está listo, además de la novela corta que estoy escribiendo”, adelanta.
(Ilustración de Franne Goic).
Su pasión por recorrer disqueras y comprar libros cultivó en él una sensibilidad poética que se refleja en sus poemas y micro cuentos, los cuales, más que narrar historias, se convierten en una alegoría al amor eterno que siente por Anahí. Con ella, mantiene una relación de más de dos décadas, y juntos tienen dos hijos, de 3 y 7 años. “El amor es una fuente de inspiración, y mis poemas también lo evidencian. Siempre he querido que mi literatura logre hacer sentir, más que hacer pensar. Mi objetivo es llevar al lector al sentimiento que intento transmitir”.
Entre sus escritos, se encuentran varios textos que relatan historias ambientadas en el metro, algunos ficticios, otros sobre amores platónicos, pero casi todos dedicados a Anahí. “Cuando se me ocurre algo, lo escribo, no importa dónde esté. Anoto la idea y luego la trabajo cuando tengo tiempo. También hago esto por gusto personal, hago mis propios libros, los auto edito”, agrega.
Afirma que le gusta la literatura de Alejandro Zambra, a quien considera, después de Roberto Bolaño, uno de los mejores escritores chilenos contemporáneos. En cuanto a la poesía, prefiere a los clásicos, destacando a autores como Óscar Hahn y Claudio Bertoni, quienes ocupan un lugar destacado en su biblioteca.
Para los hermanos Font, el arte es más que una pasión: es un acto de resistencia. En un país donde la cultura es empujada a los márgenes por un sistema que privilegia la rentabilidad, sus voces persisten. Esteban, con su cine, desafía las narrativas oficiales y obliga a mirar lo que muchos preferirían ignorar. Pablo, con su poesía, da forma a las emociones que no encuentran un lugar en el ruido cotidiano.
El desierto que los vio crecer sigue siendo su punto de origen, un espacio vasto y esencial como la propia existencia. Sus obras son testimonio y pregunta, refugio y desafío. En la pantalla y en la palabra, su legado es un llamado a la conciencia, una invitación a sentir, a dudar y, sobre todo, a resistir.

Pablo Font Rojo en la actualidad
Ahora, Pablo está de paso en Antofagasta. No es un viaje cualquiera, sino uno marcado por la pérdida: su amigo Marcelo “Caritas” Aranda ha fallecido, y con él, un trozo de historia compartida. “Entre recuerdos y abrazos silenciosos, la ciudad se me presenta distinta, como si el vacío dejado por Caritas hubiera alterado sus contornos”, dice. Pero en medio de la tristeza, persiste la certeza de que la memoria y el arte son la única forma de inmortalizar lo que amamos. En las noches de Antofagasta, bajo el cielo inmenso que alguna vez contempló con sus ojos adolescentes, Pablo escribe versos para su amigo ausente, palabras que flotan en el aire como ecos de un tiempo que se resiste a desvanecerse.