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- Su nueva idea, el androide Ñoñeitor Aita Rene Stach, ya da mucho que hablar en los pasillos del recinto asistencia. Este proyecto se suma a los lentes de realidad virtual y tecnología, que el ingeniero Francisco Rodríguez, lleva a niños y adultos con cáncer o en etapa terminal para recorrer el mundo sin salir del hospital. Desde estar bajo el agua hasta ir espacio, incluyendo viajes a distintos países y conciertos de música. Su historia entrelaza ciencia, humanidad y creatividad para transformar los últimos días de vida en un viaje digno y lleno de sentido. Una nueva forma de aliviar el dolor en pacientes terminales con tecnología, empatía y viajes imposibles que ahora, desde una cama de hospital, se vuelven posibles.

Ñoñeitor Rene Aita Stach
Por Jimena Herrera.
Lo encontré sentado al borde de la camilla, con los lentes en la mano y esa mirada que uno solo ve en quienes han cruzado un umbral y han soportado el peso de la existencia y la muerte.
Francisco me saludó con una sonrisa franca, esa que se asoma cuando hay historias que queman por contarse, que se apuran y se atropellan por contarse. En la sala, el zumbido de los monitores era el único testigo de nuestra conversación. Detrás de nosotros, el murmullo de los funcionarios del hospital y las risas de algunos niños le otorgaban al ambiente un poco de calidez.
“Todo partió hace más de quince años”, me dijo, acariciando el marco de sus lentes de realidad virtual como si fueran viejos amigos. “Fue luego de un accidente que tuve: un camión… mi Harley Cross Bone … y después la UCI. Blanco. Todo blanco. Tuve fracturas de cráneo y perdí la memoria”. Eso es lo único que Francisco sabe de lo que ocurrió.

Ahí, entre esas paredes sin vida y ese vacío mental, comenzó a buscar programas para estimular su cerebro, a inventar otra realidad. Literalmente. “Por mi parte siempre me ha gustado la tecnología y los videojuegos. Entonces, para mí es familiar y fácil aprender todo lo relacionado con videojuegos y tecnología”.
Y fue ahí, con todo ese conocimiento en tecnología, aprendido de manera autodidacta, y además mientras luchaba por recuperar la memoria, que comenzó a experimentar consigo mismo. Se puso los primeros lentes de realidad virtual que existían en el mercado y se fue de viaje…sin moverse de su cama.
“Mi cerebro empezó a encenderse de nuevo. Pasé de estar amarrado a una cama a estar en un concierto o caminando por un bosque. Eso me motivó a seguir investigando”, recuerda.
Cuando salió del hospital, nada volvió a ser igual, porque en su fuera más íntimo sentía el llamado desesperado por compartir conocimientos. Fue entonces que el doctor Pietroboni, pediatra del Hospital de Antofagasta, lo llamó. No era la primera vez que hablaban. Se conocían de antes, de aquellos días en que Francisco, junto a otros voluntarios, recorría los pasillos del hospital, disfrazado de superhéroe como parte de un voluntariado autogestionado, sin grandes recursos pero con toneladas de cariño para entregar. Iban como cosplayers, a alegrarle los días a los niños. Y así fue como conoció al doctor Pietro y a muchos pequeños guerreros.
Pero esta vez la llamada era distinta y tenía un carácter de urgencia. Urgencia por devolverle la alegría a un paciente. El médico le habló de un niño que llevaba tres meses en la UCI, inmóvil, sin estímulo alguno. Tres meses viendo el mismo techo en la helada habitación del hospital. Francisco, que había estado internado durante semanas tras su accidente, sabía exactamente lo que eso significaba.
“Yo con un mes ya me estaba volviendo loco. Imagínate un niño… tres meses”, me dijo.
Conmovido, se reunió con el doctor Pietro, con la psicóloga del equipo médico y con el padre del pequeño. Juntos conversaron, pensaron en alternativas, y entonces surgió la pregunta:
¿Y si le creamos un programa con realidad virtual para ayudarle a cambiar su estado de ánimo?
La respuesta fue unánime: “Hagámoslo”. Y así, con la autorización médica y del padre del paciente pediátrico, Francisco diseñó una experiencia personalizada para el niño. Lo llevó a otros mundos sin moverlo de la cama. Lo sacó, al menos por un momento, del encierro del hospital.
¿Y funcionó?
“Funcionó. Funcionó tan bien que el niño volvió a sonreír”, respondió Francisco.
Quedaron registros audiovisuales, evidencia de que algo tan sencillo como un casco de realidad virtual podía provocar un giro emocional potente. “Fue como un cohete a la luna”, me dijo Francisco, con los ojos brillando. Y ese fue solo el comienzo.
Un día, una madre le preguntó cuánto costaba. “Nada”, respondió él. “Solo se necesita la autorización del médico y la psicóloga”. Comenzaron a venir más niños oncológicos de la UCI, de comunas sin acceso a nada. Una vez que obtuvieron las autorizaciones necesarias, tanto de los médicos como de las familias, comenzaron a llevar a los niños de viaje. Francisco los sacaba del hospital sin moverlos: a playas, bosques, castillos, montañas de Marte. Viajes a través de mundos virtuales que, aunque intangibles, aliviaban cargas muy reales. Les mostraban paisajes, lugares, personajes y experiencias que les gustaban, que los hacían sonreír. Y lo que empezó como un gesto aislado, comenzó a multiplicarse como un efecto dominó.

Paciente pediátrico, junto a profesionales y el androide Noñotron.
Así comenzó el contacto con este nuevo grupo de pacientes: niños que atravesaban tratamientos largos, dolorosos, invasivos. Para ellos, los lentes de realidad virtual se convirtieron en un bálsamo: los transportaban a lugares de fantasía donde el dolor cedía espacio a la maravilla.

Paciente pediátrica con lentes de realidad virtual, junto a Ñoñeitor
Fue en ese contexto que apareció la doctora Tamara Inostroza, quien en ese momento trabajaba en oncología pediátrica. Para Francisco, tanto Tamara Inostroza como la doctora Benilmar Méndez, se convirtieron en pilares fundamentales para el avance de este trabajo.
Todo este despliegue tecnológico y humano fue autofinanciado durante cinco años. Francisco costeaba los equipos, los traslados, el tiempo. Pero llegó un punto, en 2017 o 2018 -antes de la pandemia- en que los recursos personales ya no alcanzaban. Varias empresas donde trabajaba quebraron, y tuvo que dejar el voluntariado para buscar un trabajo estable.
“Un día me había comprometido a ir al hospital. Pero tuve que ir a trabajar. Cuando volví, me dijeron que el primer niño con quien comenzó todo este proyecto había fallecido”, recuerda con amargura.
“Chuta, ¿Qué hago?”. Porque esto es real, estamos hablando de la UCI y oncología. Esto no es un juego”, pensó.
Fue en ese momento de dolor y desazón que Benilmar Méndez y Tamara Inostroza dieron un paso crucial: le autorizaron formalmente a crear un programa piloto de mejora de calidad de vida para pacientes oncológicos y niños de la UCI.
El proyecto se diseñó con rigurosidad, se presentó al hospital y fue postulado al FNDR 6% (Fondo Nacional de Desarrollo Regional). Se aprobó. Se entregaron los equipos al hospital, se capacitó al personal, se cumplió con todos los requisitos. La recepción fue impecable, sin observaciones.
Pero tras el estallido y luego la pandemia, el personal contratado específicamente para ejecutar el programa, incluida la psicóloga que Francisco había formado, fue desvinculado. Los contratos terminaron y los equipos, tanto de la UCI como de oncología, quedaron abandonados. El programa se detuvo por completo. Sin personal, no había continuidad.
Años después, la vida, con su irónico devenir, volvió a conectar a Francisco con el hospital. Esta vez, desde el otro lado: como paciente. Fue diagnosticado con cáncer de colon. Empezó a acudir con regularidad al Centro Oncológico Norte, donde constató una dura realidad: había muy pocos oncólogos en la ciudad y muchísimos pacientes, especialmente en estado paliativo.

Francisco Rodríguez, en pleno tratamiento, junto a su androide Ñoñeitor
Ahí comprendió que toda la experiencia acumulada con niños podía aplicarse a adultos mayores. Muchos de ellos -abuelitos de sectores vulnerables- jamás habían salido de su región, algunos ni siquiera de su barrio. Francisco propuso entonces retomar el proyecto, pero enfocado en adultos, para brindarles experiencias significativas en sus últimos días.
“En el sistema hay unas 589 personas paliativas. Puede que haya más o menos, pero es un número importante”, dice Francisco. Muchos de ellos no tienen redes de apoyo, ni familia. Y aun así, merecen despedirse del mundo con dignidad, con belleza. Por eso, con su equipo -aunque sin fondos oficiales- ha seguido ayudando a personas en fase terminal.
Uno de esos casos fue un abuelito de 90 años que nunca había viajado. Su hija, quien era su tutora, autorizó el uso de los lentes de realidad virtual. Y así, Francisco lo llevó, literalmente, a Egipto y a Venecia. “Él estaba convencido de que había ido. Y la verdad es que fue”, asegura.
Porque no eran paisajes digitales diseñados en computador. Eran videos grabados en 360° y en 3D, con sonido ambiental, en los propios escenarios.
LOS “ÑOÑOS Y NERDS”
Francisco forma parte de una red internacional de creadores de experiencias inmersivas. Que el los llama con cariño “los ñoños o nerds”. En otra ocasión, un hombre de Inglaterra le escribió: su abuelo había trabajado toda su vida en fábricas de ferrocarriles. Francisco le hizo un levantamiento del cementerio de trenes y le envió un código para crear esas misma realidad. El abuelo lo alcanzó a ver, antes de fallecer días después. “Se fue feliz”, dice.
En Chile, algo parecido ocurrió con una abuelita croata. Como tantos otros migrantes en Antofagasta, añoraba volver a ver su tierra natal. Francisco no pudo llevarla físicamente. Pero sí virtualmente. Y eso bastó para que, en sus últimos días, volviera a conectar con sus raíces.
“Todo eso -dice- lo estoy organizando para postularlo como un nuevo programa. Y ahora mismo estoy buscando los fondos”.
Lo que hace Francisco no es caridad. Tampoco es simplemente vocación. Es ciencia, es tecnología al servicio de la emoción. Por eso, cuando le pregunté si todo esto había nacido solo por amor al arte, me corrigió: “No, yo combiné la ingeniería electrónica, informática, biónica y biología con un diplomado en neurociencias del cerebro y así ver la opción de optar a una beca de estudio de un Master en Neurociencias o Tecnologías para la Salud”

Y en ese cruce -entre ingeniería, cerebro y compasión- está su verdadero campo de batalla. “Me di cuenta de que lo mismo que hicimos con los niños podía hacerse con adultos. Con abuelos que nunca habían viajado. Uno de 90 años fue a Egipto. A Venecia. Murió convencido de que estuvo allá. ¿Y sabes qué? Para mí, estuvo”.
Mientras me contaba esto, yo pensaba en esa fina línea entre la tecnología y el alma humana. Francisco la había cruzado ya, pero su historia no para ahí. Porque además de la realidad virtual, creó un androide. Sí, un robot hecho literalmente con basura: un tambor de agua como costilla, una caja de voz y alma de ingeniero. Un androide que bautizó como “Ñoñotron”.

“La pandemia nos encerró. Los papás no podían entrar a ver a sus hijos en la UCI. Entonces hablando Ñoñerias de Star Wars con el doctor Benigno Montenegro me acorde del androide médico serie 2-1B y pensé: si no puede entrar una persona, ¿y un robot?”, manifestó como recordando ese momento en que su mente se iluminó y afloró una nueva y genial idea.
El robot hacía clases, enseñaba normas de higiene y también se transformaba en espantacuco, en guardia y en compañía. Para algunos niños fue confidente; para otros, profesora. “Una niña que estaba hospitalizada, saliendo de la UCI, se quedó cuidando a la bendición de Ñoñotron. Yo les contaba que el androide es un padre luchón y que necesitaba que le cuidaran a su hijo, dejando esa responsabilidad en el paciente, que lo cuidaba como si fuera suyo”.

Ñoñotron con su bebé “benditrón”.
“Incluso llegó a pintarle las uñas a su androide, mientras este le contaba los chismes del momento. Y mientras jugaba, sin saberlo, fortalecía su motricidad fina. Aprendía y sanaba, a la vez. Este es el otro: el Androide Ñoñeitor Aita Rene Stach”, cuenta Francisco entusiasmado mostrando su nueva y genial creación.

El androide Noñeitor no solo enseña ni cuida, también se convierte en el rey del chisme hospitalario. Usa videos virales para hacer reír a los niños, y uno de los favoritos es el clásico “quedó picá la Mariana”. Mientras cuentan chismes, el androide se vuelve cómplice de risas y carcajadas. Porque acá también se sana con humor, y un buen cahuín contado por un robot tiene poderes curativos.
Ese robot combinado con los avances en realidad virtual llevó a Francisco a ser invitado como relator de innovación y tecnologías en congresos como el Primer Congreso Internacional de Cáncer Infantil de Fundación Nuestros Hijos, así como al ONCO Summit, y una invitación al Congreso de UCI Pediátrica de Colegio Médico de Chile. Pero no a la fama. A él no le interesa. El robot no tiene ni página web. “Lo importante es que funcione. Y que los niños vuelvan a creer que pueden ser doctores, ingenieros… Yo mismo les hice un androide con tumor cerebral, para que ellos practicaran cómo operarlo antes de su propia operación”, manifiesta con esperanza ciega en que todo esto pueda ser financiado algún día.
Y es que el hospital se ha convertido en una escuela de esperanza, en aula sin muros y un viaje sin boletos, que no requiere dinero para la estadía. Pero no ha sido fácil. “Los programas aprobados por el hospital y financiados por el FNDR se cayeron cuando terminó la pandemia y despidieron a los equipos capacitados. Los equipos quedaron guardados. El proyecto, en pausa. Pero ahora lo estamos retomando, me dice, con esa determinación que parece tener más fuerza que cualquier medicina. Estamos creando módulos para adultos: uno para preparar emocionalmente antes de la quimioterapia y otro para acompañar durante la sesión. En vez de recibir la quimio viendo la pared… ¿por qué no verla desde un concierto de su música preferida o usando frecuencias bi neurales junto con sonidos ASRM o aplicaciones diseñadas en institutos de investigación oncológicas del extranjero?”.
Hoy Francisco está trabajando en la evolución de Ñoñotron, que sería parte de un proyecto internacional comunitario de código abierto llamado Inmoov. “El Androide nuevo se llama Ñoñeitor Rene Aita Stach y cuenta con el apoyo de la jefatura de Pediatría del Hospital Regional Antofagasta a cargo del doctor Antonio Cárdenas, quien ha apoyado el proyecto desde que fue una idea. La base del nuevo androide tardó 6 meses su fabricación, y los diseños actuales son enfocados en la juego terapia y educación pediátrica, ahora adaptándola a oncología en adulto”, detalla.

Ñoñeitor androide blanco, junto a Noñotron. Francisco cuenta que se llama Ñoñeitor Rene Aita Stach, Rene por Rene Favaloro de Argentina, Aita por Rafael Aita, un ingeniero, escritor y cosplayer, también conocido como capitán Perú y Stach, por Ed Stach un soñador con la idea de crear a Peace Warrios y que conoció en una hostal en Hollywood California.

Francisco junto al doctor Antonio Cárdenas y parte de la estructura de Ñoñeitor
Este proyecto es Financiado por Corfo Antofagasta y ha permitido crear sistemas para explicar el sistema circulatorio, corazones biomecánicos, trasplante de médula espinal, funcionamiento de catéter en quimioterapia, reacción de tumores en radio terapia y ahora la información necesaria para cuidado de síntomas en cáncer de colon.
Francisco cuenta que en estos momentos se está experimentando el uso de IA en neurociencias y realidad virtual, creando un departamento en el metaverso que sería: “la Casa de Ñoñeitor en el mundo Virtual”, donde el invita a pacientes pediátricos a navegar en su mundo digital.
Él proyecto piloto oncológico en mejora calidad de vida para 1 año tendría un costo de 60 millones de pesos, considerando un equipo profesional de siete personas, tecnología con alma, insumos necesarios para investigación y desarrollo, gastos operacionales y de difusión.
Mientras me despido, Francisco vuelve a sus lentes. Los carga con paciencia. Sé que al rato volverá a llevar a alguien a otro lugar del mundo. A otro lugar del alma. Todo desde una camilla.
Francisco no inventó la realidad virtual. Trajo de vuelta algo más difícil: la esperanza y los sueños.
Quienes requiera mayor información, deben contactarse al mail: nerdopolisvr@gmail.com






